Noticia sobre este evento en La Voz de Córdoba:
www.eldebate.com/espana/la-voz-de-cordoba/religion-y-cofradias/20240612/argumentos-iglesia-estar-contra-agenda-2030_204509.html

Crítica de Mons. Munilla a la Agenda 2030. La agenda 2033:
www.religionenlibertad.com/video/155182/agenda-critica-munilla.html

Unido a su vida

Abracé su tronco con mis manos
y sentí en mis palmas
el fluir de su vida.
Me aceptaba por compañero,
como parte de su entorno.
Cerré mis ojos;
el fluir no cesaba...
me relajé enseguida.
El viento mecía sus ramas,
sus hojas me saludaban,
esa mañana de febrero.
Su fragor me solazaba...
posé mi cabeza en su tronco
y compartimos nuestra vida.

Con los árboles

Conviví con los árboles
desde mi primer sueño...

Sus cabezas, rasando mis ventanas,
supieron mis secretos.

Cuántas veces, susurro
de sus hojas, me acunaron;
a veces, me durmieron.
Me dieron sus caricias
y también su alimento...

A su sombra, he llorado.
Sobre sus troncos tersos
he grabado los nombres...
desde mi amor primero.

Mis pasos peregrinos,
sobre el dorado seco
de sus hojas de otoño,
supieron el sendero;
y en el cobijo tierno
de sus brazos, tantas veces
abrigaron mi invierno.

Algún día, el cielo verde de sus ramas
me aupará hasta mi cielo,
mientras que por sus húmedas raíces
se hará savia mi cuerpo.

Quizás ellos me sigan recordando
como yo los recuerdo.
Y quizás la luz filtre mi voz entre sus hojas,
cuando ya me haya muerto…

No es poema, pero sí prosa poética:
«EL ÁRBOL Y EL VIEJO»

Es triste y hermoso a la vez mirarse a los años en el espejo de un árbol. Los árboles tienen un rostro que siempre situé bajo la cabellera de sus ramas, iniciando el cuerpo, su tronco. También ese rostro mira, incluso desde el pretérito. Pero a los árboles hay que saber mirarlos. Si se les sabe mirar, ellos te devuelven la mirada y te regalan un retrato, tu retrato, del color de su fruto.

No era un cajueiro, ¿tal vez un altivo castaño? No sé, yo no entiendo a los árboles por los nombres, sino por sus miradas y por sus silencios. Como un pacífico gigante que jamás entraba en lucha, se destacaba frente a mi puerta, circunvalado por el arriate verde, cinturón de esperanzas, rico en larvas y humedades, torre vigía de madera viva que parecía escudriñar los cielos. A mis ojos un coloso solitario con vocación de centenario, plácido, silencioso y afable. Entre sus mil aposentos, admitía huéspedes. Algunos, cansinos itinerantes, inmunes a la gravedad. Hormigas subían y bajaban por sus caminos, algunas aprovisionadas, otras por el puro placer machadiano, indiferentes al camino, andaban por andar. Diferentes parásitos, amigos de Parménides y Artemisa, colgaban de un velo su inanidad mientras secuestraban incautos. Eran las arañas.

El niño entonces miraba al gigante veteado de ballestas y apelaba a la fantasía sacudido más por lírica que por la ignorancia: «¿Y no tienen cosquillas, pá?» No no tenían, pero si tenían sangre. Y si no ¿qué cosa era aquél ungüento rojizo que a veces se derramaba desde sus venas camino de sus pies de tierra? Un árbol con venas, con las venas abiertas. «Y si se desangran pá. ¿Se mueren también?» No, no se morían, pero se ponían muy tristes, acaso no fuera sangre sino lágrimas. Por eso ya no pregunté más.

Sabía que un sencillo árbol podía enterrar a varias generaciones de hombres. Envidia sentía del árbol aquél, que sin haber sufrido cosquillas siquiera, me sobreviviría holgadamente, ¡él, mucho más viejo que yo! Si yo con suerte, podría verlo envejecer, él me vería luego desfilando ante un cortejo de silencios y alguna lágrima, ornado de maderas, como él, cuando a su semejanza, ya no pudiera sentir el hormigueo de otros inquilinos que correrían a recorrerme, como sus hormigas, devorándome quizá.

Pero no, no fue así. Ese árbol murió hace mucho sin asistirme, sin verme envejecer como yo a él lo vi. Alguien lo ajustició a la sierra, no sé como ni cuando, ni cual fuese su supuesto delito. ¿La enfermedad? ¿El hastío? ¿La indiferencia? Ya no está, y mucho menos estuvo cuando descubrí aquello que cantaba Alcione y que me avisaba de que los árboles nos retratan bien porque son testigos cabales insobornables, y de que sus raíces sí arraigan en la perspectiva del tiempo mientras nuestros pies se pudren a continuación de las ilusiones.

Hoy descubro que aquellas llagas de vejez que agrietaban su piel de corcho, son las mías, que sus lágrimas rojas son hermanas de las mías, que por mí también suben y bajan, sin apenas turbarme, los flacos días, los ocios voraces y los hambrientos recuerdos, y que mi sereno paso de viejo iniciado, es una flaca ilusión cuando ya mis raíces me entroncan al silencio umbrío de las noches por la gatera del olvido.

Pero me consuela saber que no estoy muerto, como aquél árbol, pues siento que por mis arrugas transitan hormigas de poesía que aún logran sacarle a mi alma alguna comezón e incluso alguna esperanza cuando me aseguran, que también los viejos pueden morir de pie. Como aquellos árboles de Casona.

«ALGUIEN QUE ESCUCHE»
(minicuento)

Hay quien cree en el lirismo del grillo. Cuando el grillo canta a la luna solo o en coral camarada, se tiñe de romántico y cortés. ¿Rechaza la soberbia y fatuidad del sol para cortejar solo a la blanca dama de la noche? No lo creo. El grillo canta ahí, cuando y donde lo quieran y puedan escuchar. Su canto, por más que frote sus élitros, su verdadera garganta e instrumento, es débil y melifluo y lo devora la vorágine del día. El grillo comenzó a cantar de noche cuando se percató de que solo en el silencio nocturno su cantar se hace escuchar y arrastra al sueño de quien quiere y puede oírlo. Luego, después del arrullo, duerme él, oscuro y grave, como madre enlutada.

La chicharra, más fastuosa, lanza al aire un son metálico, monocorde y estridente, menos presuntuoso que vitalista, que se impone a plena luz a cualquier trino. Nada ni nadie puede arrojarla al silencio ni imponerle su desdén. Por eso canta de día, porque sabe que vence a la vez al silencio y a todos los demás cantos, haciéndose oír. En la noche descansa y sueña tal vez que sigue cantando, venciendo a los grillos y a los mirlos, bajo una luna de almíbar. Reverso es el grillo, que duerme de día y sueña con un luminoso auditorio bajo el sol. Así de deslizan los sueños compensatorios.

El hombre también canta. Para sí, en sus adentros, a cualquier hora, y hasta de noche, como el grillo. Para los demás, según de complaciente juzgue a su auditorio.

En realidad, ni el grillo, ni la chicharra ni el hombre cantan para otros. Cantan para sí, porque solo cuando por otros son escuchados, se escuchan a ellos mismos. No importa el mensaje ni la tonada. Ni siquiera que sean entendidos o ameritados. Basta que puedan ser oídos porque en el grillo, en la chicharra y en el hombre, sus oídos son los oídos de los demás, y solo cuando alguien atiende se sienten cantar. Necesitan, todos, de alguien que escuche.

«BAAL Y SU PRINCESA»

El vacío, torpemente sofisticado. Tal cual la Díaz, el concierto. Cabal para ella, la elección del trepidante pandemonium, multitudinario Sabbath en miércoles, que encaja con la delirante imagen física y personal de la antisionista. Cabal, pero también y sobre todo, revelador.

«Baal» rey habría enviado a su muñeca rubia cantora a manejar y sorber miles de inocencias. Porque un inocente es como un niño y engañarlo es asesinarlo. ¡Tal fue el enorme holocausto musical ofrendado ante su princesa! El concierto: mediocridad metalizada, runrunes en bucle, estridencias unísonas y cargosas, identidad tal en los nimios temas que aparecían como trozos ensartados de una misma Nada, programada, troceada maquinalmente desde la churrera automática musical y servida a un inmenso anfiteatro, para el que la gata era el león y la payasa que lucía travestida de domadora de zombis, era aclamada hasta el éxtasis. Su látigo, una colección de ripios enfundados de cuero y rellenos de hastío pero muy aptos para hacer rugir a las auténticas fieras: los espectadores desposeídos, nunca escuchantes, meros altavoces autómatas, replicantes nomás, pero concordados en la aberración, acólitos sin criterio.

Cuando la vacuidad del individuo se diluye en masa y en la masa, se abre para él un paraíso como un premio de consolación. En ese cielo pastueño abstracto y alterado que también precisa de sus himnos de gloria y trompetería, advenido desde los mismos valores (desvalores) que fusilados, incrustados, en las meras conciencias y desde el Único poder, incitaron, armaron a toda esta inmensa romería que llegó a pagar miles por escuchar predicar a su Santa, la añosa letanía del nuevo reino en su última versión. No hubo violencia ni disensión, porque no puede haberlas en medio de tanta fe.

Dos horas de fashion farandulero, pop couché, flashes provocados y sedas para unos y la liberación mimética de la vacuidad al son del nuevo «tan tan» globalista para otros, los que más.

Así funcionan estas aparatosas negaciones del arte que juegan cada día sus fichas a dar jaque mate a la excelencia. Sean confundidas ellas, sus mentores y sus adictos.

LA INCOMPATIBILIDAD

El problema que tiene el PP con VOX es parecido al problema que sufre una reducida fracción de cristianos con el judaísmo. Es un problema teológico, más que político. De íntima inseguridad e intolerancia acérrima, antes que de rivalidad estratégica. De rencor acrecido por enemistad defensiva, irritación y escasez de humildad. De un encrespamiento al que le traen sin cuidado el daño ulterior a la propia causa y propósitos, a su hondón de creencias genuinas y a su manto de verosimilitud lucida hacia fuera.
¿Cabría imaginar que la querencia del PP hacia la izquierda, en especial la esclava de la moda, obedeciera a cálculos de rentabilidad sociológica? Bendecir el aborto, tragarse bulos como el calentamiento global, la pandemia y las vacunas o prestar esmerado servicio a la Agenda 2030, ¿son para atraer votantes? ¿Actuarían así, acaso, de mentirijillas, en plan perillán, con la boca pequeña, por seguir la corriente, a lo caballo de Troya, para seducir a un electorado al que, después, conducirían a posiciones menos reñidas con una identidad conservadora? Pero cabe también la explicación contraria. La de que sus dirigentes se hallen tan poseídos por el progresismo, que ejecutan de modo automático cualquier directriz emanada de los jefes e ideólogos que dirigen sus pasos.
El PSOE, exceptuando aquel episodio de Felipe González desligándose del marxismo en 1979, quizás por imposición norteamericana y alemana, nunca tuvo miedo de escorarse hacia estribor. No olvida que el PCE es una hijuela suya y que, en tiempos republicanos, socialistas y comunistas sentían idéntico desprecio hacia la libertad individual, el parlamentarismo burgués y la dignidad del adversario político. En tal sentido Sánchez, pese a las múltiples capas de simulación y plagio que lleva superpuestas, de nada se adueña, puesto que sigue la receta ancestral. Para un socialista, amenazar con el puño en alto, cantar La Internacional o entregarse al ardor revolucionario es, cuando menos, una licencia emotiva, un retorno a la amnesia, un día de intemperancia parrandera con los amigotes. No le teme al ridículo, ni a los daños a terceros que comporten sus acciones, ni a la constancia documental de su impenitencia. La sensación de ebriedad, omnipotencia y placer narcisista invade sus fibras. Por eso, en cuanto se lo propone, el PSOE se hace con todas las banderas radicales de la izquierda y sume a sus hermanos párvulos, por mucho que vociferen y prometan mayor extremismo, en la insignificancia.
El PP, por el contrario, carece de un núcleo duro de convicciones dotadas de estabilidad, aunque le pirre sentirse socialdemócrata. Como diría Zapatero, cualquier cosa resulta discutida y discutible. ¿No consiste la modernidad en percibirse líquido? El afán de agradar y agradarse es su motor primordial. Por eso le solivianta tanto VOX, erigido en su mala conciencia, al tener un ideario claro, robustos principios conservadores, liberales y católicos, de solvencia indiscutible (que no han de coincidir a la par y en el mismo grado en individuos concretos), y que trasluce una identificación patriótica con España, su himno y su bandera, su historia y sus egregios personajes, su pasado brillante y el orgullo legítimo. Elementos los citados que al PP oficial se le antojan estridentes, indecorosos, casi sacrílegos, desde su voluntad perenne de no llamar la atención ni amohinar a ningún antiespañol.
La conciencia de que VOX nació de su costado, precisamente para reivindicar un conjunto de valores tan transparentes como obvios, con gallardía inmune a los escupitajos, los insultos, las calumnias y —a veces— la violencia física, le trae por la calle de la amargura. A su lado tiene un partido nacido de su sangre, que de continuo le ofrece amistad y pactos, y hasta le muestra una piedad infinita ante sus flojeras. Lo cual potencia aún más su enojo. ¿Cómo debe entenderse que, siendo minoritarias, estando en el meollo de todas las reprobaciones, censuradas por los medios, excluidas de tertulias y debates, sin revestir un peligro ni cuantitativo, ni moral, ni doctrinal, esas dichosas siglas consigan que al coloso de la derecha, el que corta el bacalao, lo lleven los demonios? ¿Por qué dijo un compungido Pablo Montesinos que el PP se había quedado “sin su gran objetivo en las elecciones de Euskadi, quitarle a VOX la representación”? ¿Esa es su meta existencial? Nos quedamos perplejos ante tamaña mezquindad y estulticia.
Para colmo, empieza a confirmarse que a estos “terraplanistas”, “negacionistas”y “friquis” les asistía bastante razón en sus advertencias y pronósticos. Por supuesto, cambiar el relato y girar 180 grados a golpe de conveniencia subitánea está siempre al alcance de quienes pagan a cada Silvia Intxaurrondo –y de esas hay miles— cantidades astronómicas con nuestro dinero. La máquina mediática arrastra a la opinión pública a despecho de la aparatosidad de sus infundios, vetos y agresiones. Aun así, la inquina a VOX no cede un palmo. ¿Por qué? Pues por lo mismo que ciertos cristianos no pueden perdonarle al judaísmo el no haberse extinguido.
Se dice que ni siquiera Dios puede cambiar el pasado, convirtiendo lo ocurrido en inexistente. Pero es justamente eso por lo que suspiran quienes llevan fatal que la mayor parte del texto de la Biblia sea una bella creación por entero judaica y continúe siendo estudiada, venerada, interpretada, difundida y acatada en sinagogas y hogares de observancia hebrea. Por eso hablábamos de un problema teológico. Si la tesis esencial estriba en sostener que ese milenio de creatividad judía antes de Cristo es un mero prolegómeno, y que, habiéndose establecido a lo largo de siglos de perfeccionamiento la autoridad de la Iglesia de Roma, no habría otro gesto admisible para un judío que convertirse a la fe católica, la pretensión queda expuesta.
Naturalmente, no todos los cristianos, ni la inmensa mayoría de los Papas, suscriben el antijudaísmo teológico del sacerdote y filósofo argentino Julio Meinvielle, en cuyo honor es justo resaltar que no fue hitleriano ni antisemita. Antes bien estiman sana y edificante la doble vía del judeocristianismo, sabia conjunción que no persigue condenar la decencia y la valía epistemológica del que no comparte tu credo. Del mismo modo, habrá igualmente electores del PP que no vean en VOX a Belzebú, sino que sotto voce se encuentren reflejados en los conceptos básicos de ese modesto partido surgido en 2013, y que la mentirosa Wikipedia describe como ultraderechista y ultranacionalista. Contra los machacones intentos del PP de borrarlo del mapa, resiste con entereza a sus enterradores, tal vez porque el altruismo y el amor a España que lo inspiran no se esfuman según fantasea Feijóo.
Si en un futuro se produjeran en España unas elecciones generales no manipuladas, parece improbable que llegase a constituirse un gabinete de derechas. Lo que fue anatema en la II República, al punto de que Largo Caballero afirmase preferir la guerra civil, el caos y la destrucción antes que un país democráticamente en manos conservadoras, no ha cambiado. Solo que la izquierda no necesita sacar la artillería pesada para satisfacer ese anhelo de Pablo Iglesias, que la derecha jamás gobierne en España. Porque es la propia derecha, ese sector suyo que le hace el caldo gordo a sus teóricos adversarios, la que prefiere esperar. Esperar a la conversión de VOX, a la conversión de los judíos o a la fusión con el PSOE.

Putin no acerca sus fronteras a nosotros, es la OTAN la que se ha acercado tanto a Rusia, organizando por añadidura una guerra en sus fronteras, que ha obligado a Rusia a defenderse. Una Ucrania en la OTAN, con misiles a 10 minutos de Moscú, pondría a la Federación Rusa de rodillas ante el mundo anglosajón, ingleses y sus engendros norteamericanos, quienes han estado 8 años armando al régimen títere que pusieron en Ucrania en el 2014.

Demasiada paciencia han tenido los rusos, tras 14.000 muertos desde entonces con la guerra del Donbas. Guerra que ahora van ganando. Como ganaron cuando los yanquis pusieron misiles atómicos en Turquía, el vientre de Rusia, y Kruschev, en justa correspondencia, instaló los suyos en Cuba, a 150 Km de la costa americana. En ese momento, los yanquis pusieron el grito en el cielo y amenazaron con una guerra atómica si los soviéticos no se llevaban los misiles de allí, lo que Rusia aceptó si EEUU retiraba los de Turquía.

El proyecto de debilitar a Rusia con la guerra de Ucrania y las sanciones complementarias que sabían le iban a imponer a Rusia ha fracasado. Rusia está derrotando a la OTAN y su economía ha crecido un 3,6 % el año pasado a pesar de la guerra y de las sanciones, mientras Europa, sin el gas y petróleo ruso baratos, languidece, teniendo que comprarle a EEUU el gas un 40 % más caro.

Los europeos, con sus líderes a la cabeza, se han convertido en vasallos de Norteamérica, la única que gana con todo esto.
El ariete yanqui que introdujeron en Rusia, Navalny, tampoco les ha funcionado, pues ya no está; los rusos no se andan con contemplaciones. El personaje, condenado por estafa empresarial, quería introducir en Rusia la ideología de género, el matrimonio gay, el derecho de autodeterminación de las repúblicas rusas (nada menos que 24) y otras lindezas 'progres' occidentales.

Putin es un nacionalista que ama y defiende a su país, al que ha sacado de la miseria tras 75 años de comunismo, siendo actualmente el primer país productor de trigo del mundo. Y sólo con este lema: patria, familia y religión, por cierto, el cristianismo ortodoxo.
¿No será ahora Rusia, tal vez, la reserva espiritual de Occidente?

El cine es un poderoso motor que impulsa tanto la economía como la cultura. El cine no sólo genera riqueza material sino también riquezas espirituales y va más allá de lo económico extendiéndose a lo social y cultural.
El cine ha sido y sigue siendo una herramienta poderosa para moldear la cultura de un país. A través de las películas, las personas pueden ver y experimentar diferentes aspectos de la vida y la sociedad, lo que afecta a sus creencias, valores y comportamientos.
A nivel local y salvando distancias, y también con pequeñas subvenciones, le hemos dado vida y recuperado del olvido a personajes cono Teresa López la Chiquita Piconera, a nuestro Séneca y Lucano, Valle Inclán y Julio Romero de Torres con sus maltratadas por la vida de sus modelos como Carasucia. La Cartulina..., Góngora brillante oscuridad y el Inca Garcilaso con guiones de Carlos Clementson y Alberto Monterroso, películas que han sido traducidas a varios idiomas entre ellas el chino mandarín y hemos paseado nuestra cultura cordobesa por el mundo, atrayendo turistas y promoviendo nuestra rica cultura y patrimonio.
El cine español no es de señoritos que viven de películas que nadie va a verlas.

«MURO DE AUTOR»

A menudo las leyes represivas se me figuran diques, muros de contención ante lo interdicto, lo prohibido. Lo prohibido, puede ser objetivo si responde a hechos definidos y consensuados socialmente como nocivos. Pero también puede recaer sobre personas en lugar de sobre las conductas. Cuando esto ocurre, a las normas se las denomina «de autor» y el muro que separa lo permitido de lo interdicto no es ya la clase de conducta, el sistema ético político consensuado, sino la calidad de la persona adscrita a un determinado sistema de acción o pensamiento. Es lo que ahora ocurre cuando se intenta excluir en bloque y «ad homine» a un extenso grupo social, incluso mayoritario, que rechaza los turbios postulados de un gobierno intolerante, un gobierno también «de autor», excluyente. Un gobierno intransigente que vocea desde el sistema mediático público la discriminación política entre sus gobernados, erigiendo un muro de contención que sitúa del otro lado de la lógica política, e incluso jurídica, a todo un creciente y amplísimo sector de disidentes que supera con creces al de sus adheridos. Un muro vergonzante se construye ahora con el cemento del sectarismo, la paleta del odio y la hormigonera de la menoría histórica falsificada. Un muro es que no señala más lindes a la ética que los que le impone su propia conveniencia y acomodo. El muro se yergue y crece, y en él trabajan los obreros de la construcción excluyente de autor, ante la perplejidad y el rechazo de la mayor parte del resto de las instituciones aún no amillaradas por la soberbia y sonsa autocracia. El muro no se levanta desde la discreción o las bambalinas. Por contra, público y oficial fue el anuncio de su construcción y su presentación en sede parlamentaria. «Vamos a construir un muro» anunció el epatante maestro de obras ante su círculo de obreros. «Y ese muro nos separará de los intransigentes» proclamaba árido y pomposo, como un burro hablando de orejas, que diría el fabulista. Y en efecto, veloces se aplicaron al trabajo sus operarios quienes ya disponían de los suficientes ladrillos de sectarismo y de un rostro de cemental sobrado para edificar el muro divisorio maniqueo. Pero a un muro igual que se alza, se le abate y ahí andan detrás, del otro lado de las piedras, los excluidos, ajusticiando con el rotomartillo del argumento la edificación falaz, y a fe que lo están socavando. Por eso los muristas de la confrontación andan desasosegados e inquietos y han encarecido a todos sus peones políticos y mediáticos, oficiales y liberados, el mayor celo en su defensa y la mayor celeridad en la construcción, temiendo que su propio muro, se les pueda caer encima en breve. Es verdaderamente notable constatar el grado de obediencia servil con el todos, al unísono se aplican. En el muro, de la parte de ellos, suena solo la voz altiva del aparejador y el acharado «sí señor» del esclavo. En la otra parte, se escucha la de la libertad. Ojalá se imponga la fuerza telúrica de la racional gravedad y el tosco «berline mauer» ideológico caiga del lado de sus constructores y no quede piedra sobre piedra.

Comentario a la reflexión de Bernd Dietz en https://www.eldebate.com/espana/la-voz-de-cordoba/opinion/20231117/paisaje-despues-batalla_154261.html

«DEMOCRACIA CONTABLE»

Excelente retrato nos ofrece Bernd, pincelado de espinosas verdades. El cuadro, en su conjunto y en sus detalles, no luce optimista, porque está armado únicamente con el cromatismo de la realidad que describe un campo yermo, en donde vencidas, aún humean las libertades después del combate. Distingo y destaco un trazo irónico que mueve a sonreír desde la fatalidad: la ultraizquierda frente populista de ayer, de hoy y de siempre, se ha impuesto y ha vencido «democráticamente» Cierto es, y así lo ve el ojo sobrio desde el formalismo de las instituciones, que aún salpicadas de sectarismo, abordadas y abducidas desde el poder, se colaron por los amplios resquicios que la barrera democrática, permite a la enfermedad totalitaria. Sí, hoy es posible invadir a la Democracia filtrando la infección antiliberal desde las propias grietas que ofrece el sistema que la consagra. No importa que el proceso esté pervertido. La sentencia democrática, formal, aritmética, no inquiere en sus resultandos ninguna motivación moral: basta la armazón de la mayoría, de cualquier mayoría, aunque tal sea estulta y felona. La Democracia, solo invoca a la matemática porque teoriza y resuelve nomás sumando a los propios después de dividir a los ajenos, y poco le atañe el valor específico, la bondad y la calidad de los sumandos. Los votantes en democracia se hacen números y como tales hay que tratarlos, no como a ciudadanos, y quien sabe y aplica esa regla colándose por el portillo falso que la democracia, estúpida, concede a su adversaria, la dictadura, ese triunfa, incluso democráticamente. El pueblo se siente soberano, solo cuando cabalmente, las cuentas electorales se ajustan y la aritmética eleva ese humo blanco que anuncia la voz del Dios político, el indiscutible que solo preserva a los números y nada más desde ellos señala a las razones. Tantas verdades como votos hay, piensa el elector, y tan solo se necesita un administrador que bien los baraje. Hoy, una vez resuelta la ecuación electoral, muchos votantes descansan y respiran seguros de que el dios de los números despejó la incógnita y halló a la Verdad. Tal vez por eso la gente hoy llenaba los bares, reía y platicaba de las mismas cosas de siempre, pero con un especial brillo en los ojos del que la cerveza o el vino no eran del todo responsables, porque desde su inconsciente se revelaba el confort y la complacencia ante el dilema percibido como YA RESUELTO, gracias a una solución que aducida por los números, era la única posible y adecuada. Por eso, confiados en la Democracia contable, se mostraban afables y comunicativos, alegres e ilusos como niños con zapatos nuevos de cartón. Los votantes que creen entender de verdades soberanas, suelen creer igualmente en sus administradores contables, a pies juntillas, solo porque dominan los números y porque ellos se sienten más cómodos ofreciéndose como meros números también.

¿Y no será que todo eso viene porque ya es viernes?
--- También pudiera ser, don Simplucio.

«RIGOR Y ÉTICA»

Habló, nos habló ayer don Joaquín Sama y lo hizo claro y preciso, envolviendo atinadamente las palabras en un halo de afabilidad que sin perjudicar al rigor, las hizo aún más válidas y sabrosas. Repasó históricamente y desnudó a esos pescadores que en lugar de rescatar almas del fango, como aquellos evangélicos, pescaban inocencias para deglutirlas desde el vicio, contra el dictado cristiano y humanista. Despojar a un niño de su pulsión más íntima mediante la coerción física o sicológica, aún desde la excusa política o ideológica, es un crimen contra el que predicaron contundentes los evangelios. Un escándalo no condonable que conllevaba la peor de las penitencias: la rueda de molino al cuello y el arrojo al mar del abusador. Don Joaquín, más moderado, no platicó de cepos ni de inmersiones fatales, pero sí de la necesidad de contener desde el raciocinio esta perversión institucionalizada y atacó, no exento de ironía, los postulados del generismo woke desde la convicción científica que enseña a no alterar, contrariar, o invertir los dictados de la naturaleza, únicos titulares de la génesis y orientación de la libido, rebelde a todo intento de sometimiento fuera del impulso natural. Su posición fue la de un combatiente convencido de su causa y tal vez de su victoria, un guerrero ya avezado que defiende bien su trinchera clínica y moral con las balas de la razón y de la ciencia. Sus proyectiles de rigor y ética, sin atronar, vencían y convencían, certeros, ágiles, moteados por esa leve ironía que hace más ligera la digestión intelectual contra el adoctrinamiento de ocasión. Sobre su disertación histórica, sobre el trasfondo concreto de su exposición, valen las palabras vertidas por Bernd mucho más que las que yo pudiera encontrar, y a ellas me remito para evitar la reiteración, pariente próxima y solícita del aburrimiento. Sí resaltaré que defender, aún intelectualmente, a los más desprotegidos y hacerlo con rigor y brillantez, es una de las posiciones más nobles que puedan adoptarse. Por eso entiendo que después de la charla de ayer, dispusimos de dos motivos para el aplauso y que por la precisión y la nobleza de la causa expuesta, fue por la que al final, batieron muy justamente nuestras palmas. Todos aquellos aún no dependientes del «soma» del transhumanismo woke, podemos felicitarnos; el antídoto contra la corrección de la inversión educativa, ayer nos fue servido generosamente.

El Dr. Joaquín Sama Naharro nos deleitó ayer con una magnífica conferencia, ofreciendo claves profundas para entender el desquiciante panorama actual, en España y el mundo: guerra sin cuartel entre hombres y mujeres, ataque feroz al matrimonio, la familia y la infancia, invasión consentida de inmigrantes enemigos de la civilización cristiana, alarmismo climático, manipulación educativa para presentar como normales las autopercepciones más irreales (que siguen el patrón de la anorexia), etc.

Situó con acierto la génesis de la presente distopía en los esfuerzos de la Escuela de Frankfurt por desviar la subversión marxista de las penurias de la clase trabajadora y la falta de bienestar material (que habían sido subsanadas gracias al capitalismo liberal), a fin de enfocarla hacia nuevos focos de conflictividad potencial. Porque sin 'lucha de clases' no triunfaba el comunismo y los obreros no colaboraban. Tiraron de niñatos hijos de papá, los progres.

El clima, el feminismo radical, el ecologismo antihumanista, las políticas de género o el animalismo serán ahora los nuevos frentes de batalla, al objeto de enfrentar en denodada lucha a una izquierda que se autopercibe 'progresista' y a una derecha conservadora; una guerra de exterminio que abjura del pluralismo, la conllevancia y el derecho a expresar opiniones que disientan de lo 'políticamente correcto'.

Asumido y procesado este impulso originalmente marxista por los grandes poderes globalistas, a su vez controlados por las élites financieras, el control del discurso ideológico se vuelve total, contando además con la complicidad de gobiernos, docentes, medios de comunicación y demás correas de transmisión, que garantizan la sumisión voluntaria de las masas.

El extremismo político ya no se fundamenta en el anterior fanatismo, sino en el negocio, la rentabilidad. Detrás de todas estas decisiones aparentemente disparatadas late siempre la expectativa de beneficio de unos perpetradores voraces, y de sus ejecutores a sueldo. De ahí su éxito.

Particularmente tristes resultan los planes de diezmar la población del planeta en un 90% con todos los medios a su alcance; así como la sexualización inmisericorde de la infancia, sin excluir la pedofilia y la pederastia.